DÍA DE MUERTOS EN HUAQUECHULA.
En esta interesante población indígena, ubicada entre las estribaciones de la Sierra Mixteca y el volcán Popocatépetl, a 45 km al suroeste, la fiesta de muertos es la más importante de Mesoamérica y tiene una raíz fundamentalmente prehispánica.
LAS OFRENDAS MORTUORIAS.
Las ofrendas que los pobladores realizan a sus seres queridos que ya han dejado éste mundo y que de acuerdo a la creencia mística-religiosa, regresan la noche del 2 de Noviembre para convivir con ellos, son colocadas en bellos altares que, de acuerdo a la imaginación de cada quién y a los elementos que tienen importantes significados, se convierten en todo un espectáculo.
Existen altares para todo tipo de personajes, donde la imaginación, tradición y el amor por las creencias ancestrales se unen y reflejan el sentimiento de todo un pueblo.
Los altares se colocan en las casas de los familiares del difunto, dichos altares están formados por varios pisos, sostenidos por una estructura cubierta con papel picado color blanco:
En el primer nivel se pone comida y bebida, en el segundo nivel las reliquias que recuerdan al ser querido y en el último una cruz o imagen de un santo.
Se sabe que hay ofrenda en una casa porque desde la puerta se encuentra un camino realizado con pétalos amarillos de una flor de muerto.
Resulta interesante visitar algunas poblaciones del estado, pero también en los panteones de la ciudad se admira la gran maravilla que se despliega por toda la región.
A las dos de la tarde del día primero suenan las campanas del templo anunciando el arribo de los muertos, los cuales son “guiados” por caminos de flor de cempasúchil dispuestos desde la base del altar hasta la mitad de la calle. Son los niños quienes arreglan la guía de pétalos y le bañan de agua bendita. Se sahuma con copal e incienso toda la ofrenda en el interior de la casa en una ceremonia.
La apertura de las casas para recibir a los muertos también señala el momento en que es posible visitar las ofrendas. Es costumbre presentarse con alguna cera que se coloca al pie del altar, hacer una breve reflexión respetuosa o elevar una plegaria por el difunto.
Durante las primeras horas de oscuridad se acrecienta el mágico efecto lumínico al interior de las casas. Las ceras se han multiplicado y las luces eléctricas, estratégicamente dispuestas, producen una mayor impresión. Los deudos-anfitriones, entre el dolor de la pérdida y el orgullo de presentar el magnífico altar, ofrecen esta vez a los visitantes chocolate con pan hasta bien entrada la noche.
Para el 2 de noviembre el bullicio de la jornada anterior ha disminuido considerablemente, al menos durante la mañana. Los familiares visitan el cementerio desde muy temprano para limpiar y adornar las tumbas de sus muertos con gran variedad de flores: margaritas, gladiolas, crisantemos, nube y cempasúchil, así como laurel y romero.
En la breve ceremonia en que se “acompaña” al pariente fallecido, se sahuma con incienso o copal de la misma forma en que antes se ha hecho con la ofrenda. El resultado es un espectacular despliegue de colores y aromas que engalanan el camposanto.
Se da, en fin, en Huaquechula, como en tantas otras poblaciones de México, la hermosa paradoja donde las familias elaboran su duelo mediante una fiesta de gran riqueza sensorial. Se glorifica la vida más de lo que se honra a los muertos.